01 Dic Síndrome presuicida: La señales que presagian una tragedia
El suicidio es una realidad de la que nadie quiere hablar. Es un tema que nos hace sentir incómodos. Sin embargo, mientras negamos su existencia mirando hacia otro lado convirtiéndolo en un tabú, cada día entre 8 y 10 mil personas intentan quitarse la vida. De ellas, aproximadamente 1.000 lo consiguen.
De hecho, la Organización Mundial de la Salud indica que el suicidio es la décima causa de muerte. En realidad, hablar sobre el suicidio con una persona en riesgo de cometerlo no le animará a quitarse la vida sino todo lo contrario, le hará sentirse comprendida y podrá saber que no está sola. Por tanto, si una persona envía señales de que «no quiero vivir«, hablar sobre el suicidio reduce el riesgo de cometerlo.
¿Qué es el síndrome presuicida?
El psiquiatra austríaco Erwin Ringel comenzó a hacer referencia al síndrome presuicidal a raíz de un estudio realizado en 1949 con 745 personas que cometieron un intento suicida. Lo describió como el estado psíquico que experimenta la persona antes de cometer el suicidio. Por tanto, se trata de una condición psicológica que aumenta al máximo el riesgo suicida ya que se considera que el acto es inminente.
Aprender a detectarlo es importante porque podrían evitarse muchos intentos suicidas. De hecho, las estadísticas sobre el suicidio revelan que entre el 1-2% de las personas que intentan quitarse la vida lo logran antes del primer año, entre el 15-30 % de las personas repiten el intento antes del año y alrededor de un 10-20% se convierten en grandes repetidores de la conducta suicida hasta que terminan por lograr su cometido. Someterse a tratamiento psicológico puede romper ese bucle.
Los principales signos del síndrome presuicida son:
- Constricción de los sentimientos y las relaciones. La persona experimenta una disminución de la energía emocional y de sus funciones cognitivas. Se sumerge en un estado de anhedonia y aplanamiento afectivo. Vive un angostamiento de su vida psíquica. También limita al mínimo posible sus relaciones con los demás y se aísla. Además, no puede pensar con claridad y se sume en un estado de retraimiento casi absoluto.
- Inhibición de la agresividad. La persona que considera el suicidio suele acumular muchos reproches y resentimientos contra los demás o contra el mundo, ya sea por hechos negativos específicos que ha vivido o por falta de oportunidades. Sin embargo, esos impulsos agresivos que normalmente se volcarían hacia los demás, se convierten en agresividad hacia sí mismo que es lo que conduce, en última instancia, al suicidio.
- Fantasías suicidas. En el síndrome presuicida están muy presentes los pensamientos y fantasías sobre la propia muerte. De hecho, se produce una especie de estrechamiento de la conciencia en la que solo queda espacio para las ideas suicidas. Esas imágenes autodestructivas se vuelven más intensas y recurrentes, hasta el punto que la persona las acepta como la solución definitiva a sus problemas.
Las fases que anteceden al síndrome presuicida
Antes de que una persona intente suicidarse, pasa por una serie de etapas generalmente bien diferenciadas para el ojo experto:
1. Aparición de la idea suicida
En esta primera fase hace su aparición la idea de terminar con su vida. El suicidio se presenta como una posibilidad para poner fin al sufrimiento o a ese estado de anhedonia profunda. Se comienza a contempla como una opción para resolver los problemas reales o imaginados. Se trata de una fase relativamente corta ya que una vez que surge la idea, normalmente la persona no tarda mucho en aceptarla como una alternativa válida.
2. Conflicto ambivalente
La segunda fase se caracteriza por una profunda ambivalencia. La persona vive una lucha interna entre las tendencias autodestructivas y el impulso de supervivencia. Piensa cosas como “no quiero vivir, pero me da miedo morir” o “no quiero morir, pero tampoco quiero seguir viviendo así”. En esta fase, que suele ser bastante larga, experimenta una gran angustia y a menudo hace envía repetidas señales de alarma que muchas veces pasan inadvertidas. De cierta forma, es el SOS del “yo” que intenta sobrevivir.
3. Tranquilidad siniestra
En la última fase, la decisión ya está tomada. La persona deja de debatirse entre esos conflictos internos, lo cual suele acompañarse de una tranquilidad inusual o incluso de una “mejoría” del estado de ánimo. La persona finalmente siente que se ha deshecho de su carga porque ha tomado la decisión fatal. En este punto se desinteresa por todo y se desconecta incluso de su propio sufrimiento porque se dedica exclusivamente a preparar su suicidio. Es en esta última fase cuando se produce el síndrome presuicidal.
Vale aclarar que en las personalidades inmaduras o impulsivas, así como en los estados de embriaguez o los brotes psicóticos, estas fases se producen prácticamente como un destello ya que la persona puede pasar de la ocurrencia al acto casi sin ambivalencia. En estos casos, es muy difícil prevenir el acto suicida.
En cambio, las ideas suicidas que nacen de procesos neuróticos suelen pasar por periodos de debate interno más lagos antes de pasar a la acción, lo cual deja margen para escuchar las llamadas de socorro y ayudar a la persona.
Es importante tener presente que el principal deseo de la persona que se plantea el suicidio no es morir, sino tan solo poner fin a su dolor, angustia y sufrimiento. En otros casos, no son ni siquiera esos sentimientos negativos los que conducen al suicidio sino la apatía y el embotamiento afectivo, la sensación de estar vacío por dentro y de que nada tiene sentido. Por tanto, el suicidio se contempla como un acto de liberación cuando todas las otras opciones han sido descartadas.
Por eso, la terapia anti-suicidio se enfoca en eliminar el sentimiento de alienación de la persona, promover sus relaciones interpersonales para que desarrolle una sólida red de apoyo, permitir que desahogue su ira verbalmente y ayudarle a plantearse nuevas metas en la vida que le permitan encontrarle un sentido y una razón para vivir.